En esta ocasión vamos a recorrer el museo, que entre los restos del campo de concentración de Auschwitz (en realidad varios campos próximos) recoge la historia de este triste capítulo de la historia de Europa. Como otros muchos miles de visitantes al año, podemos conocer un poco más de la locura nazi que en estos campos masacraron al menos a un millón y medio de personas. Ahora que se han cumplido setenta años de la liberación del campo, que esta colección de fotografías pueda ser un pequeño homenaje más para que no se olvide esta barbarie.
En sus inicios el campo se construyó para albergar a los prisioneros del derrotado ejército polaco, aunque una vez aniquilados cobardemente, se continuó utilizando para asesinar al resto de las personas pertenecientes a los grupos que el nacismo consideraba prescindibles.
Al llegar al campo, hacinados en trenes de carga, los recibía el irónico lema "el trabajo os hará libres". Lema que ni siquiera se habría podido aplicar a los que en el mismo andén de llegada eran seleccionados para trabajar como esclavos en las fábricas. El resto, que era la mayoría, nada más llegar era ya dirigido a las duchas, que en realidad eran las cámaras de gas. Los que quedaban en el campo continuarían encerrados entre alambradas y torres de vigilancia, para no volver a salir nunca más.
El museo incluye la visita al interior de los barracones que quedan en pié, para intentar hacerse una idea aproximada de las condiciones de vida de docenas de personas hacinadas en las agobiantes literas. Sorprende conocer que los encargados de vigilar a sus compañeros eran también otros prisioneros del campo, que esperaban tratando cruelmente a sus hermanos, librarse así de su propio destino. Sólo en una ocasión, se rebelaron e intentaron una fuga, con funestas consecuencias para todos. La mayoría de los barracones que cubrían los extensos campos se encuentran derruidos, ya que el glorioso ejército alemán, que iba a conquistar el mundo, intentó destruir el campo, antes de huir como cobardes ratas ante el avance de las tropas soviéticas.
La intención nazi de acabar con sus odiadas minorías, entre ellas todos los judíos, estaba claramente encaminada a llegar a sus últimas consecuencias o solución final. Desarrollaron un eficiente pesticida el Zyclon B, a base de cianuro, que les permitiría el asesinato masivo sin gastar las valiosas balas, necesarias para los frentes de batalla. En el museo se muestran cientos de envases que contenían los gránulos que en contacto con el agua o la humedad desprendían el letal gas. También se pueden visitar las cámaras de gas, donde un solitario ramo de flores sirve de sencillo homenaje, así como los hornos crematorios donde se hacían desaparecer los cuerpos. Hornos que eran operados por los propios prisioneros. Para las ejecuciones públicas quedaba el fusilamiento en el paredón.
Las salas más impresionantes del museo, son las que recogen parte de los enseres personales con los que los prisioneros llegaban al campo. Montones de maletas con los nombres de los propietarios cuidadosamente rotulados, ya que se les hacía creer que iban a recuperarlas cuando saliesen del campo de trabajo. Prótesis ortopédicas, peines, utensilios de afeitado, gafas rotas, trajes de bebé y montañas de zapatos eran recogidos y acumulados por los guardianes del campo que como salvajes urracas querían sacar el máximo beneficio de sus prisioneros. Incluso en una sala donde no está permitido hacer fotografías, se acumulan ahora toneladas de cabellos rapados a las mujeres que llegaban al campo. También se muestran los uniformes de rayas con la estrella amarilla que obligaban a llevar a los prisioneros.
Las paredes de los barracones convertidos en museo recogen cientos de fotografías hechas a los hombres, mujeres y niños que iban a ser asesinados. No hay palabras para describir esas miradas, incluso las de los niños, que parecen adivinar su negro y breve futuro.
Placa en lengua sefardí en recuerdo del millón y medio de criaturas asesinadas en este lugar |